Alcoholismo: como nos afecta

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El alcoholismo es una enfermedad de la familia. El hecho de beber compulsivamente afecta al alcohólico y al mundo que lo rodea: amistades, empleo, hijos, padres, novia, matrimonio... todos sufrimos los efectos del alcoholismo. Los que quedamos más profundamente afectados son los que estamos más en contacto directo con el alcohólico y los que nos preocupamos más por él quedamos literalmente embrollados por el comportamiento de éste. Reaccionamos ante el comportamiento del alcohólico.

Tratamos de controlar la bebida de éste, pero vemos que hacerlo está fuera de nuestro alcance. Nos avergonzamos de las escenas que el alcohólico hace en público, pero en privado esta vergüenza se convierte en acusación. No tardaremos en sentirnos culpables, conllevando las heridas, temores y culpa del alcohólico.

Aún con buenas intenciones, comenzamos a contar el número de tragos del alcohólico. Vaciamos licores costosos en el fregadero, registramos la casa buscando botellas escondidas, oimos hasta el sonido del sacacorchos. Todo nuestro pensamiento se concentra en lo que hace el alcohólico, en lo que no hace, y en lo que podría hacerse para que deje de beber.

... Esta es nuestra obsesión.

Es muy doloroso contemplar de qué forma un ser humano se va matando lentamente con el alcohol. Y aunque el alcohólico no parece preocuparse por las cuentas que hay que pagar, su empleo, los hijos y su propia salud, la gente que lo rodeamos sí empezamos a preocuparnos. Cometemos el error de encubrirlo. Y le arreglamos todo: lo excusamos, mentimos, tratando de enmendar relaciones que se habían echado a perder, y nuestra preocupación va en aumento.

... Esta es nuestra angustia.

Tarde o temprano, el comportamiento del alcohólico hace que nos enojemos. Nos damos cuenta de que el alcohólico descuida sus responsabilidades, que nos está mintiendo y que está aprovechándose de nosotros. Hemos empezado a imaginarnos que el alcohílico no nos quiere y deseamos tomar revancha castigándolo para que sufra las heridas y frustraciones causadas por su beber incontrolable.

... Esta es nuestra ira.

Los más allegados al alcohólico empezamos a fingir. Aceptamos promesas, creemos que el problema ha desaparecido cada vez que hay un periodo de sobriedad. Y aunque el sentido común nos dice que hay algo que no anda bien respecto a la bebida y comportamiento del alcohólico, aún seguimos ocultando nuestros sentimientos y pensamientos.

... Esta es nuestra negación.

Quizá el peor daño que sufrimos los que hemos vivido con un alcohólico es el pensamiento persistente y tenaz de que la culpa es de nosotros: no hemos estado a la altura de las circunstancias, no somos lo suficientemente atractivos, no poseemos la inteligencia suficiente para haber resuelto el problema de nuestro ser querido. Y lo atribuimos a algo que hicimos o dejamos de hacer.

... Esto es nuestra culpa.

Los que hemos acudido a Al-Anon estábamos desesperados, éramos incapaces de pensar en una posibilidad de cambio, incapaces de seguir adelante. Nos sentíamos defraudados por nuestro ser querido, abrumados de responsabilidades, sentíamos que a nadie le hacíamos falta, que nadie nos quería, que estábamos solos. Aunque estamos también los arrogantes, presumidos, santurrones y dominantes; pero todos venimos porque lo deseamos, porque necesitamos ayuda.

No importa qué nos ha impulsado a acudir a Al-Anon: el comportamiento de un amigo alcohólico, de un hijo, hermano o hermana, o un pariente alcohólico, pronto nos damos cuenta que tenemos que cambiar nuestra forma de pensar antes de poder abordar con éxito un nuevo método para resolver el problema de la vida. En Al-Anon aprendemos a enfrentarnos a nuestra obsesión, nuestra angustia, nuestra ira, nuestra negación y nuestro sentimiento de culpabilidad. Por medio de la hermandad aligeramos nuestras cargas emocionales, al compartir nuestra experiencia, fortaleza y esperanza con los demás. Poco a poco, en nuestras sesiones podemos darnos cuenta de que muchas de nuestras molestias provienen de nuestra actitud. Tratamos de cambiar de actitud, de aprender a tener responsabilidad hacia nosotros mismos, y de descubrir sentimientos de autoestima, amor y crecimiento espiritual. Dejamos de insistir en el alcohólico y lo hacemos en lo que sí tenemos potestad: en nuestra propia vida.